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lunes, 18 de febrero de 2013

EL VERDADERO MALTRATO: EN LOS JUZGADOS


Al pasar unos diez días de los hechos, caí en la cuenta de que a mí nadie me había notificado que yo tenía una orden de alejamiento, ni tenía ningún papel que lo certificara,  o algo por el estilo. Obviamente, lo sabía, pero el mensajero no era otro que ese que debía alejarse de mí. Ni noticias del abogado, ni de los juzgados ni de la Guardia Civil, y el metomentodo de Javi me preguntaba ´cada vez que lo veía si sabía algo del tema. Y le decía la verdad: nada de nada.

Así que me puse manos a la obra, empezando por acercarme al Cuartel, donde me atendió el Sargento bastante amablemente, ya que recordaba perfectamente mi caso  –llamativo sí fue, eso es cierto-. Me hizo una copia de los papeles del juzgado y me explicó que la orden de alejamiento estaría vigente mientras durara el proceso.

-          ¿Y eso cuánto tiempo suele tardar?- pregunté yo curiosa.

-          Pues un juicio suele tardar entre tres o cuatro años en salir. Aunque quizás le den prioridad a este caso por tratarse de violencia doméstica –me respondió el sargento

-          ¿¿¿¿Qué???¿ Y no puedo ver al chico en cuestión durante ese tiempo? ¿Y si quiero tomar un café con él?

-          Puedes hacer un escrito notificando que vivís juntos

-          ¿Pero sirve para algo? Además, no vivimos juntos, pero quiero poder verle o llamarle  cuando quiera

-          Pues quitar una orden de alejamiento es complicado… acércate al juzgado y allí lo puedes solicitar.

Antes de ponerme manos a la obra, llamé al 016, el “Teléfono del maltrato”, para ver si me informaban un  poco más. Pero me dijeron básicamente lo mismo, e incluso que si hacía el escrito diciendo que el chico vivía conmigo –que no era así-, podía venir la policía a procesarlo.

Así que me fui a los juzgados, que están en otra población, donde también recordaban mi cara. Así que cuando comenté que quería quitar la orden de alejamiento se echaron las manos a la cabeza, me intentaron convencer de que el chico se lo merecía, que el proceso continuaría sin mí, me mandaron de un piso a otro… para finalmente acabar en secretaría, donde la chica me dijo que después de tener que trabajar en Año Nuevo –por mi culpa, claro- se fue de vacaciones dos semanas, y acababa de enviar todo el papeleo a la capital para que lo revisara el Fiscal. “Así que vuelva usted en dos semanas…o tres”

Y volví. Y de nuevo me mandaron de un despacho a otro, pero esta vez ya localicé el sitio  adecuado: Juzgado 2, penal. Todo plagado de chicas que de nuevo me tratan como una idiota por querer quitar la orden.

-          ¿Cómo se llama el muchacho?- me pregunta la abogada o lo que fuera

-          Germán López –digo yo

-          Ah sí, recuerdo su nombre, precisamente acabo de enviar el sobre con su caso a procesar…

-          ¿Otra vez? ¿Me toman el pelo? Pues revise a ver si no ha salido aún el correo, que es pronto, y rescata el sobre

-          No , no está,  lo he enviado a primera hora – me dice seria

Mentiras y más mentiras. Y así  cada vez que iba al juzgado, que salía con el rabo entre las piernas y lágrimas en los ojos. La verdad que nunca pensé en ir con un abogado, como hice más adelante, que me respaldara un poco y me asesorara, pero en fin, siempre me consideré capaz de gestionar las cosas por mí misma. Pero en este caso, no fue así.

Así que el ver que no podía retirar  la orden de alejamiento me empezó a causar angustia y ansiedad, cuando veía algún coche  de la Guardia Civil o la Policía me daba un vuelco el corazón, sentía que la gente me miraba por la calle, que me señalaban con el dedo, me parecía  que todos me vigilaban…

El resultado de esta situación fue que decidí dejar mi trabajo -daba  clases de español a extranjeros- para intentar buscar suerte en la capital, donde podría pasar  desapercibida y me sentiría mejor conmigo misma. Pero tras bastantes entrevistas, no lo conseguí, y me quedé en el pueblo, donde todos nos conocemos,  donde me agobiaba el sentir esa etiqueta de “mujer maltratada”. Y para más INRI, como víctima de violencia de género que era, me llamaron de los Planes de Empleo del Ayuntamiento para trabajar. De jardinera, quitando hierbajos y barriendo hojas. Yo, con dos carreras y hablando tres idiomas. Pero como me quedé sin derecho a paro –por mi baja voluntaria del trabajo-, tuve que aceptar, ya que tengo una hija que mantener y el padre no me pasaba pensión alguna –pero esa es otra historia-. Tampoco se me han caído nunca los anillos para trabajar, pero lo cierto es que para mi familia fue todo un golpe a su “status social”, y yo terminé por trabajar tapándome la cara con la gorra para que nadie me reconociera mientras podaba los setos de los jardines municipales.
Al menos, en esta experiencia conocí a algunas mujeres muy especiales  que sí eran maltratadas de verdad, con maridos borrachos que se gastaban toda su paga en alcohol, y a las que ayudé con mi apoyo para que lo dejaran definitivamente. Al menos a una de ellas la saqué de ese infierno en el que vivía.  Y aunque sea solamente por eso,  todo mereció la pena.

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